Hace rato que no escribo nada nuevo así en este blog así que hoy estoy decidido a retomarlo para empezar hacer cosas nuevas, entonces empecemos!
Es bien sadibo que en la muchos creadores se han visto en la obligación de buscar formas de reinventar sus trabajos para no detener procesos es por allí que hoy hablaré un poco sobre el arte en tiempo de virus.
No deja de ser impresionante que aún se desconozca la tremenda precariedad en que viven la gran mayoría de los artistas. Casi el 60% tiene ingresos menores a $501.000 pesos chilenos; un tercio es el único sostenedor económico de su hogar; un 85% ha perdido trabajo producto de la crisis del COVID-19; y un 81% no tiene acceso a licencia médica por no contar con contrato[i]. Y así aún muchos no comprenden que los artistas sobreviven la pandemia tal como lo hacemos todos: con angustia, con miedo, con cansancio. Con días buenos y malos. Sensaciones probablemente agravadas por el hecho de dedicarse a una profesión tan precarizada, y en la cual pedir ayuda tiene un alto grado de desaprobación. Como dice la sabiduría popular, eres responsable de haber elegido una carrera creativa -si te arriesgaste a pesar de los peligros, cuando algo sale mal al único que puedes culpar es a ti mismo. Es parte de un discurso neoliberal que apela a un eterno perfeccionamiento personal, en el que todo fracaso es el resultado de no haberlo intentado con suficiente esfuerzo, del sueño meritocrático en que “el que puede quiere”, “el que madruga será ayudado”, o que responde con un desdeñoso “¿y por qué no hacen un bingo?”. Es una filosofía tremendamente individualista, en la cual las fallas sistémicas son invisibilizadas, y la carga cae de lleno sobre los hombros de la responsabilidad individual.
Subsiste aún la noción romántica del artista como alguien excéntrico, iluminado, incluso místico, que sube a su torre de marfil y baja imbuido de ideas visionarias. Es una imagen íntimamente ligada a una concepción del artista “universal”, esto es, hombre, blanco, de clase media o alta, con el privilegio de pasear, pensar, opinar -de ser un flaneur que recorre libremente la urbe, sumido en sus cavilaciones sin más responsabilidades que eso mismo. En las últimas décadas los estudios culturales y las pensadoras feministas, queer, y antirracistas han comenzado a desmantelar esa percepción unidimensional de lo que es ser un artista. Se ha logrado pensar y dar espacio a artistas mujeres, negras, marginalizadas; a artistas de disidencias sexuales, artistas migrantes, artistas indígenas. Grupos de la sociedad que, incidentemente, pocas veces pueden dedicarse a ser “curiosos full-time”, ya sea porque se ocupan de la casa, cuidan a un ser querido postrado o enfermo, a los hijos, o por los impedimentos que crean el racismo, el machismo, el clasismo.
Sin duda el arte tiene mucho que decir en estos días. Hay quienes se dedican al “arte por el arte”, privilegiando la técnica y empujando los límites de la plástica, creando objetos bellos, que invitan a la contemplación, a detenernos, a descansar. Otros se dedican a un arte más conceptual o político; sin duda desarrollarán obras necesarias, soñando nuevos imaginarios, y enfrentándonos con nuestros fracasos. Pensemos en los brutales problemas estructurales, tan normalizados hasta hace unos meses, que este virus nos ha obligado a mirar: como la desigualdad y su impacto en la calidad de salud a que tenemos acceso, en la opción de poder trabajar desde el hogar, y en incluso las posibilidades que puede ofrecer un hogar como espacio seguro. O la fragilidad de la economía, y la radical diferencia entre la economía real y las tan reverenciadas bolsas mundiales. Incluso la dolorosa preferencia de ciertos sectores por una economía robusta y funcional, aunque ello signifique condenar a otros a la enfermedad y la muerte -el utilitarismo y el culto al progreso llevados hasta sus últimas consecuencias.
Para poder exponer estas fracturas, para crear objetos dignos de contemplación, los y las artistas necesitarán tiempo, luz, agua, estabilidad. Necesitarán embarcarse en procesos largos, reflexivos, experimentales; poder armar y desarmar, soñar y desesperar, para poder llegar a la fórmula perfecta. Exigir respuestas inmediatas (más allá de una opinión o intuición personal) a un sector tan tremendamente precarizado es de una injusticia y ceguera enormes. Las crisis no son, al menos mientras ocurren, oportunidades educativas. Son eventos que nos suceden, que nos hacen daño. Apuntan todo sobre nosotros, incluidas nuestras facultades de aprendizaje y reflexión.
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